sábado, 3 de abril de 2010

Semana Santa 2010

La túnica la tienes preparada y el antifaz listo, todo limpio y planchado. El cíngulo ajustado y las zapatillas probadas una y otra vez, aún recuerdas un año que saliste todo magullado. La ilusión se te ve en la cara y la sonrisa del niño que nunca has dejado de ser vuelve a aparecer como lo hace cada año cuando llega este día. Te ayudan a vestirte como si de un torero se tratara. Una vez todo colocado y en su sitio te diriges a la capilla para hacer la Estación de Penitencia, como todos los años.


Una vez allí te quitas el antifaz para entregar tu papeleta de sitio y saludar a los amigos que no has vuelto a ves desde la anterior salida, como todos los años. Buscas tu lugar en la procesión y los pasos te vuelven a llevar hacía la Cruz de Guía, como todos los años.


Al cruzar la primera esquina, en la que ya pierdes de vista la capilla, una mirada furtiva se va hacía la puerta para intentar ver algo, imposible. Como todos los años.


Los pasos te van llevando durante el recorrido en el que vas rezando, pidiendo, ofreciendo, intentando ver a Dios en todas las esquinas, un cruce, una sombra, algo... ¡nada, no ves nada! Como todos los años.


Sigues avanzando sin perder la esperanza, quieres llegar a esa calle, ¡esa! que te permite darte la vuelta un segundo, tan sólo un segundo, para ver algo. Como todos los años.


Todos los años igual y, sin embargo, distinto. Ves las mismas caras reflejadas en otros rostros, igual pero distinto. El niño pidiendo el algodón o la arropía, igual pero distinto. El sonido que acompaña tu Estación de Penitencia, igual pero distinto. El incienso te llega levemente ¿es igual al del año pasado? Tu mismo te respondes, igual pero distinto.

Así se van sucediendo los momentos que cada año vives sin vivirlos ¿serán recuerdos? ¿O es que todos los años es igual pero distinto?


Al llegar de vuelta a la capilla, mientras esperas en un rincón emocionado, recuerdas la primera vez. Recuerdas las manos que te vistieron y recuerdas la mano que te llevo a la capilla. No tenías apenas edad para andar, pero ya hacías la estación de penitencia. Aún notas ese estrechón de la mano, que entonces era joven, que te llevo a la capilla y te explicó en un susurro:


- Tú ponte aquí junto al Estandarte, si necesitas algo se lo dices a Curro que es quién lo lleva. Pero si de todas formas quieres verme allí voy yo “el tercero del varal que está más pegado a la pared ¿lo ves?”.

- Sí, el año pasado no fui más que medio nazareno, pero este año te juro que termino el recorrido y por fin seré “Nazareno Entero”.


Esa mano que hoy no puede hacer la estación de penitencia por que no es capaz de aguantar todo el recorrido. Esa persona que te hizo tener el amor a todo lo que representa una Hermandad, no sólo la tuya. Recuerdas los años difíciles de algunos Hermanos de otras Cofradías. Los “primos” de esta o aquella Hermandad que les hace falta una ayuda y ahí están las demás para ayudarles.


Recuerdas aquella vez que casi te ahogas entre la lluvia y tus llantos. Aquella otra vez que pudiste cumplir la ilusión de hacerte miles de kilómetros para realizar tu estación de penitencia y, como no, recuerdas los amigos que has ido encontrando por el camino y que se han tenido que ir. Recuerdos, recuerdos, recuerdos.


En ese mismo momento llega Díos al que no has podido ver durante todo el recorrido, toda la estación de penitencia buscándolo y ahora es Él quien viene a tu encuentro. Ese Bendito Díos que por la Dehesa llaman “Jesús en su entrada triunfal” en San Cristóbal “Prendimiento” o “Columna” en la Colegiata llaman “Salud” “Sangre” o “Perdón” en Los Descalzos “Huerto” o “Remedios” en el Santuario “Ecce Homo” o “Buena Muerte” en los Ocho Caños “Padre Jesús” en el Barrio “Santo Entierro” y el Martes es el Díos del Vía Crucis. Ese Díos en el que ves reflejado el anhelo de todo el año y al que otra vez este año has pedido para que te deje salir el próximo.


También ves a su Bendita Madre, que por aquí llamamos “Paloma” “Rosario” “Amargura” “Consuelo de las Tristezas” “Esperanza” “Mayor Dolor” “Penas” “Buen Amor” “Dolores” “Angustias” “Soledad y Loreto” o “María Santísima en su Soledad” a la que pides por todas las madres del mundo, sobre todo por la tuya.


Y por las que lo van a ser, que tengan toda la salud que le da el Díos que vive en Santa María y tengan todo el amor que la da la Virgen que vive en el Santuario de la Patrona y tengan en sus penas el consuelo de la que vive en “Santa Cecilia” la esperanza de la que vive en “San Cristóbal” y que su soledad sea siempre como la de las que viven en el Barrio o la Merced, rodeada siempre de tantos y tantos Hermanos.


¡Ves cómo aunque todos los años sea igual es distinto! Esa es la grandeza de la Semana Santa, que nos vuelve a hacer vivir lo vivido y nos anima a vivir para volver a ser los niños que no dejamos de ser nunca. Porque mientras tengamos los días soñados tenemos al niño que llevamos dentro deseando salir a disfrutarlos y como dicen en el Silencio:


¡Ahora empieza!



Publicado en "La Voz de Ronda " 27032010

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